¿Qué relación tiene el poder, la
política y el sexo cuando todavía en pleno S.XXI el silencio usurpa los pecados
de alcoba de nuestros dirigentes?
Desde pequeños se nos ha educado
a no cuestionar los asuntos privados de nuestros políticos. ¿Alguien a estas
alturas piensa que ninguno de nuestros presidentes de Gobierno no ha tenido
ninguna aventura, o que vicepresidentes, ministros o consejeros, sin olvidarnos
de alcaldes y diputados, no han vivido affaire alguno? La respuesta es sencilla,
alguno lo ha vivido y varios en este instante lo están viviendo.
Que el sexo condiciona a nuestros
dirigentes es una obviedad, además de ser un componente fundamental en el
devenir de la historia. ¿Qué hubiera sido de Israel sin Salomón, donde las
estrategias se fraguaban en su harén? O de Roma sin Cleopatra seduciendo a
Julio Cesar, cautivando a Marco Antonio y
consiguiendo que se enfrentara a Octavio Augusto. La vida de Cleopatra estuvo
marcada por la erótica del poder y como herramienta de seducción el sexo. Cada
determinación que marcó su futuro pasó por su alcoba, siendo su última decisión
una apuesta a sexo o muerte, y esta última la que ganó.
En todo acontecimiento histórico
surgen siempre dos motivaciones, la primera, la económica, y la segunda, la sexual.
Ya citaba Arcipreste de Hita lo que dijo en su momento Aristóteles “Cosa verdadera, que el hombre por dos cosas
trabaja, la primera por haber mantenencia, la otra cosa era, por haber
juntamiento con fembra placentera”. Y así a lo largo de la historia, existe
una inmensidad de acontecimientos que han marcado nuevos rumbos que dan origen
al momento presente.
Tal vez, porque ahora es muy
reciente para mirar los acontecimientos con nuevas perspectivas, la historia de
España será estudiada entre otros muchos matices, con un antes y un después de la
famosa cacería en Bostwana del Rey Juan Carlos I junto a Corinna Zu
Sayn-Wittgenstein. Antes, todo el mundo intuía sin saber, y no por ello bajaba
una décima la popularidad y aceptación del monarca. A partir de este incidente,
el Rey fue analizado y juzgado en cada movimiento hasta su abdicación, siendo
su hijo Felipe VI, junto a su esposa la Reina Leticia, divorciada plebeya,
quienes han vuelto a dar solidez y popularidad a la monarquía española. La
historia se va escribiendo según los valores y creencias de nuestros líderes,
aunque ni ellos mismos sean conscientes de la relación entre sus sentimientos y
sus decisiones.
Aceptando que el sexo y la
política han ido unidos a lo largo de la historia y que más de una decisión ha
dado un cambio de rumbo de 180º a los sucesos acontecidos, cabe preguntarse
¿Cuál es el motivo - teniendo el poder que tanto cuesta alcanzar- para perder
tanto, tan fácilmente, por un lío de faldas o de pantalones?
La respuesta es sencilla, en su
falta de gestión emocional. Y no nos estamos refiriendo a contener sus
instintos más íntimos, no, sino a identificar claramente quienes son, para qué
están, qué quieren, qué pueden y dónde quieren llegar.
Es un hecho que las personas que
están en la cúspide del poder, a la vez, son las que más solas se encuentran. El
gran paradigma es precisamente esa soledad no bien gestionada, independientemente
de ser hombres o mujeres Margaret Thatcher o Ángela Merkel son un claro
ejemplo, que conlleva decisiones en un mapa que no corresponde al territorio
real. Ya lo decía Alfred Korzybski, gran
influyente de la terapia Gestalt y la programación neurolingüística: “el mapa
no es el territorio”. Un mapa es simplemente una explicación de ciertos aspectos
de un territorio y un paradigma es exactamente eso. Es una explicación, una
teoría o un modelo a seguir.
Tanto se dice que el poder ciega,
que no solo el que lo ostenta se siente potente sino también omnipotente. Uno de
los personajes relevantes del S.XX Henry Kissinger lo definió como el mayor afrodisíaco.
Esta realidad nos lleva a que cuando
más amplia es la soledad, menos imparcialidad se tiene ante la realidad. Y es
precisamente en ese momento, donde surge la vanidad, el ego y la impunidad. Como
consecuencia el gran reto de nuestros dirigentes es la gestión emocional. Reconocer
e identificar sus emociones se está convirtiendo en su talón de Aquiles.
La arrogancia, envanecimiento y
deseo de ser admirado por el alto concepto de los propios méritos, como le ha
sucedido a François Hollande, Berlusconi o al mismísimo Dominique Strauss-Kahn,
tiene sus consecuencias, les da la falsa creencia de ser impunes, y les aporta
un halo de virtudes y aptitudes que a menudo no poseen. Ninguno de ellos
hubiera tenido el éxito de “Don Juan” si no hubieran alcanzado el poder.
La clave radica en cómo cada
persona gestiona dicho poder. No es igual utilizarlo para el bien común y el
interés general, con responsabilidad, que asentarlo en la codicia, avaricia,
vanidad o narcisismo. Así mismo, en el plano opuesto, tampoco es lo mismo la
relación que mantienen los mortales frente al poder, donde la atracción hacia
los poderosos permite que alguien absolutamente banal, se convierta de repente
en elemento de deseo.
Entonces cabe preguntarse ¿Cómo
se gestiona el poder? Desde el interior de las personas. Con el Coaching
Político podemos trabajar sobre la conducta y sus consecuencias, en definitiva,
podemos gestionar las emociones que dan resultado a sus acciones.
Es una evidencia que nuestros
dirigentes prefieren vivir una utopía cómoda en lugar de enfrentar una verdad
incómoda y el resultado es que no logran cambiar de paradigma. Cambiar de
paradigma significa desechar todo lo que uno cree saber sobre un asunto y
aceptar, apoyándose en nuevas evidencias, una nueva verdad. La gestión del
poder se instala en el autoconocimiento. En dar respuestas a preguntas muy
básicas que muchas veces no se responden. ¿Qué valores nos identifican? ¿Cuáles
son nuestras creencias? ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? y la clave ¿A dónde
vamos?
El día que nuestros dirigentes se
paren a dar respuesta a estas preguntas, se darán cuenta que sin hacer gran
esfuerzo alinearán lo que quieren con lo que dicen, con lo que hacen. Como
consecuencia, seguirán embelesando a las féminas y a los “machos alfa” pues es
una cuestión más bien biológica. Y así habrán encontrado el antídoto al mayor afrodisíaco de la historia: el poder.
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